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Juan Miguel Aguilera o el arte de la honestidad

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Juan Miguel Aguilera o el arte de la honestidad

Juan Miguel Aguilera o el arte de la honestidad

Juan Miguel Aguilera o el arte de la honestidad

“Nunca se convence a nadie de nada, pero a pesar de ello hay que insistir, aunque sea con uno mismo” Rafael Sánchez Ferlosio.

Por voluntad propia, el escritor, ilustrador y diseñador industrial Juan Miguel Aguilar (1960, Valencia) se ha acostumbrado a nadar a contracorriente. No sabemos muy bien cómo lo ha conseguido -ni qué le echa exactamente a las palabras-, pero en esa dirección ha logrado hacerse un hueco inclasificable dentro del mundo literario. Desde que en 1981 publicara su primer relato, en colaboración con Javier Redal, en la revista Nueva Dimensión, tuvo claro que no dejaría de escribir, y así lo ha hecho, consiguiendo enseñarnos que sigue latiendo la libertad entre las palabras. 20 novelas ya.

Como el mismo dibujante de cómic Paco Roca, con el cual compartió estudio creativo en Valencia y varios proyectos editoriales, ha emprendido un camino singular, pertinente y honesto con sus intereses éticos y estéticos.

Ha recibido destacados premios como Ignotus, Alberto Magno, Imaginales de la ciencia ficción francesa, Bob Morane de Bélgica, Juli Verne y el Premio Europeo de la Ilustración. Su obra se ha traducido en Italia y Francia, recibiendo siempre una calurosa acogida. Entre los años 2000 y 2002 fue el presidente de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror. Figura por méritos propios en la enciclopedia norteamericana de ciencia ficción y actualmente, sigue escribiendo y demostrando, con pasión, imaginación y, sobre todo, con buenas historias, que el lenguaje sirve también para soñar.

“Lo importante es vivir de acuerdo con ese impulso creativo. Si lo tienes, no tienes escapatoria”

Boke: En Nociones Unidas nos interesa integrar transversalmente las diferentes disciplinas, experiencias y campos, y contigo podríamos hablar de veinte mil cosas a la vez. Pero partiendo de tu faceta literaria, ¿cómo empezaste formar tu microcosmos estético y conceptual?

Juan Miguel: Las primeras novelas que publiqué: Mundos del abismo e Hijos de la eternidad, a finales de los 80, lo hice junto al biólogo Javier Redal. En esas novelas representamos un escenario complejamente diseñado y muy visual. Trabajamos tan en sintonía que no era fácil adivinar de quién nacía una idea o un concepto. En general, mis ideas locas y muy imaginativas visualmente eran pulidas por los conocimientos científicos de Javier. Y en ese proceso yo aprendí muchísimo. Más tarde, en solitario, la relación entre lo conceptual y lo visual han sido una constante a lo largo de mi obra, donde todo tiene una explicación basada en la Ciencia o en la Historia, pero siempre está supeditado a una imagen poderosa que intento transmitir al lector.

B: En una entrevista que el violinista Joseph Joachim hizo a Brahms, el compositor contestó sobre la inspiración musical: “Beethoven declaró que sus ideas le venían de Dios, y yo puedo decir lo mismo. Eso es todo.” A mi modo de ver hay un campo fértil en algún sitio con cosas flotando por ahí y que nosotros, los denominados creativos, nos conectamos con él y descargamos lo que nos interesa, que seleccionamos y le damos forma, color, sentido, traducción… para ofrecerlo a la sociedad, ya sea con un texto, libro, película o cuadro. Pero sí que es cierto que hay una parte de vocación: un impulso energético que me incita a ello, más allá de si es o no rentable, y me da la impresión de que este impulso lo has tenido siempre.

JM: A veces te preguntas si lo que creas es bueno o malo, y la conclusión final es que da lo mismo. Lo haces porque no tienes más remedio que hacerlo. Hay una película en la que eso está muy bien reflejado: Ed Wood, en la escena donde el mismo Ed, que es el peor director del cine del mundo se junta con Orson Welles, que es el mejor director de cine en aquél momento; y lo curioso es que al final acaban hablando de los mismos problemas: conseguir el dinero, que los productores no se fían de ellos, etc. Ambos están en los extremos más opuestos de lo que consideramos talento, pero los dos tienen la misma necesidad creativa insaciable. El resultado, al final, quizá es lo de menos, lo importante es vivir de acuerdo con ese impulso creativo. Si lo tienes, no tienes escapatoria.

«No echo de menos los tiempos de la repromaster y el aerógrafo, aunque creo que fue bueno haber vivido aquella época anterior a los ordenadores.»

B: En ese sentido has sido muy fiel y constante a ese impulso. Sin excentricidades, por supuesto, pero dejando claro lo que te gustaba, a la manera que apuntaba esa persona sabia: “Si amas lo que haces, nunca será un trabajo”, y pienso que esa debería ser la constante para todos, aunque si aterrizamos en la realidad, nos damos cuenta de que no es así.

JM: Hay una parte de la humanidad que acepta que tiene que trabajar en aquello que no le gusta para poder hacer, paralelamente, lo que le gusta. Un verano estuve trabajando en una fábrica de plástico de un amigo, y era deprimente porque los operarios se pasaban el día calculando lo que quedaba para que terminase la jornada… La verdad es que nunca he pensado demasiado en el dinero (aunque sin duda es necesario), para mí tiene más valor el sentirme satisfecho con cada obra que hago, sin importar las horas que le dedique. Dar lo mejor en cada ocasión y disfrutar con el trabajo.

B: Cada generación ha tenido sus pros y sus contras, y haciendo balance, creo que no hay épocas mejores ni peores, sino que cada una ha tenido características diferentes. Es totalmente lógico que hoy protestemos por la falta de trabajo, pero también es verdad que se reconocen otros tipos de trabajo que antes ni si quiera se tenían en cuenta. Lo decisivo, al final, es poder convertirte en aquello que eres.

JM: La situación cambia, pero también es cierto que nada garantiza nada. El hecho de disponer de más medios técnicos no nos hace mejores artistas, pero tampoco podemos renunciar a la tecnología actual a la hora de aplicarla a nuestro trabajo. No echo de menos los tiempos de la repromaster y el aerógrafo, aunque creo que fue bueno haber vivido aquella época anterior a los ordenadores. Y el futuro es ilusionante por la cantidad de campos creativos que nos abre y que antes eran inalcanzables sin un gran presupuesto. Luego, como siempre, se verá quién tiene talento y quién no.

B: ¿Cómo se tiene que plantear una portada en una estrategia de comunicación, por ejemplo, teniendo en cuenta que el mercado es el que es? Pienso que el marketing tiene una gran importancia en este sentido. Teniendo en cuenta en el campo en el que te mueves, ¿cómo planteas la promoción de los libros?

JM: Ahora mismo se están publicando muchos libros, pero muchos de ellos son autopublicados. Está cambiando el mercado en España y todos intentan abaratar costes. Las portadas que recuerdo como geniales no eran genéricas, como sucede muchas veces hoy, sino que el autor de la ilustración intentaba reflejar algún elemento esencial en el libro, algo que excitara tu imaginación. Una buena portada no debe desviar la atención de la trama del libro, más bien debería funcionar como una metáfora visual, dándole la suficiente información al lector como para despertar su deseo de leerlo.

B: Me gustaría pensar que el diseño en el mundo editorial tiene mucha importancia. ¿Es vital como valor?

JM: Creo que es uno de los detalles los que pueden hacer grande una obra. La estructura de los capítulos, las ilustraciones, incluso el tipo y el color de la letra, como sucedió con “La historia interminable”. Una edición cuidada hace que sientas que tienes una obra de arte en las manos.

B: El diseño y la ilustración en una portada de libro debe tener coherencia, y se debería entender como tal. Ahora bien, ¿cómo influye este planteamiento en tu composición literaria?

JM: Para mí, lo ideal, y creo que esto me viene por mi formación como diseñador, es transmitir imágenes poderosas a la mente del lector, y es importante que esas imágenes se transmitan con tanta inmediatez, con las palabras esenciales y precisas, que el lector no pierda el hilo de la historia en ningún momento. Le doy mucha importancia a las imágenes que hay detrás de la palabra bien escogida, ajustada, o de las metáforas naturales que nos hacen “ver” más que “leer”.

«Quiero que mi lector se sienta en el centro de la acción que estoy describiendo.»

B: Una de las cosas que disfruto cantidad leyendo tus libros es tu capacidad de síntesis y expansión descriptiva, tu capacidad para expresar tan resumidamente una situación por compleja que sea. Me parece tremendamente difícil, puesto que no sobra ni una palabra. ¿Cuál es tu proceso de trabajo para dar por concluido un proyecto literario?

JM: Quiero que mi lector se sienta en el centro de la acción que estoy describiendo, que sienta los olores y los sonidos, que vea los colores y la perspectiva de lo que tiene delante, que no se encuentre flotando confuso en un escenario que no entiende. Y quiero esto porque es lo mismo que busco cuando leo una novela. El uso de una prosa enrevesada y confusa me parece un camino más fácil que el de la sencillez y la claridad, y por eso intento escribir el tipo de libro que a mí me gusta leer. Cuando reviso mis textos tengo muy en cuenta eso mismo: “¿Este párrafo se puede simplificar para que sea más claro e impactante?” Pulir un texto es eso mismo para mí, quitar lo que sobra.

B: ¿Cuáles son las claves de comunicación y promoción de una novela? ¿Qué es para ti lo que se debería hacer?

JM: La venta y el éxito es algo que nadie puede prever, y si lo intentas nunca acertarás. Depende de factores ajenos al autor y el editor, a coyunturas de un determinado momento, que no se repetirán. Por eso tienes que escribir para ti mismo y disfrutar con lo que haces. Es un gran error trabajar para agradar a la gente, porque nadie sabe, a fin de cuentas, qué es lo que va a funcionar. Internet y las redes sociales han impuesto hoy a muchos autores la responsabilidad de promocionar su obra. No comparto esta idea, una novela deja de ser tuya en el momento en el que alguien la lee (y la interpreta a su modo), y lo normal es que el autor pase a trabajar en otro libro. Reconozco que es el síntoma de nuestros tiempos y que no podemos hacer más que aceptarlo, pero creo que este exceso de relación con los lectores pude llegar a eclipsar lo verdaderamente importante: la obra.

 


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