El diseño como productor de emociones urbanas
El diseño es esa fina y sutil capa de barniz que da brillo a las ciudades contemporáneas. Sus connotaciones artísticas ofrecen un paisaje urbano inteligente y atractivo. Cualquiera de sus diferentes tipologías, ya sea gráfica, arquitectónica, industrial o de interiores, nace de manera creativa con el objetivo de hacer al ciudadano la vida más amena, más funcional y más emotiva.
Las obras resultantes que forman a diario nuestro imaginario colectivo cotidiano son contenedores de ideas orientadas a estimularnos, ya sea desde la incitante lectura de una novedosa revista, desde las sensaciones que percibimos en una cafetería sofisticada o a través de la imaginación desbordada al mirar un cartel publicitario de una marquesina en una parada de autobús. Qué duda cabe que cualquiera de esas identidades visuales y lingüísticas persigue arrancar una emoción al espectador hasta convertirlo en protagonista, seduciéndolo a través de los distintos lenguajes. En ese sentido, el buen diseño nunca es fruto de la improvisación o del gusto personal del autor ya que cada pieza diseñada esconde un pensamiento, un concepto que tiene un recorrido creativo, una ruta intelectual y un mensaje que debe encajar en un contexto global ligado frecuentemente al marketing. Señales socio-culturales que desean impactar y encajar en los sentimientos del paseante. Signos semióticos que quieren conducir al espectador a segundas lecturas de la realidad, para espolear sus deseos y abrir su mente para alejarla de la rutina. Las tipografías, el cromatismo, los trazos, las imágenes, los textos, en manos de los buenos diseñadores, son una batería de instrumentos agitadores de impulsos, activadores de tentaciones, potenciadores de acciones, incitadores e inductores de movimiento.
El diseño, sin olvidar que es un elemento estratégico para activar el mercado, bebe de recursos artísticos, siendo él mismo un símbolo estético que convive con la retórica clásica. Un buen diseño puede ser tan emocionante como una pieza de ballet, una canción que forma parte de nuestra banda sonora particular o una novela imponente. Porque el diseño está cargado de valores y virtudes no verbales que, en ocasiones, se apoyan en argumentos verbales. Por ello, son pocos los que todavía ponen en duda que el diseño contemporáneo, en toda su preciada dimensión forme parte de las colecciones de los museos de arte contemporáneo. Quizá quienes todavía lo cuestionan sean los mismos que hasta hace cuatro días debatían sobre la validez de la fotografía como arte. Si a lo largo del siglo XX llegamos a aceptar que una lata de deposiciones de Manzoni es una obra de arte y además cotizada, ¿cómo no vamos aceptar como arte en mayúsculas, más allá de su consideración como arte aplicada, el cartelismo, creaciones arquitectónicas, logotipos, objetos, publicaciones, creaciones textiles, etc. que tienen mayor recorrido intelectual que algunas corrientes o tendencias que se han colado en la Historia del Arte? Efectivamente el diseño no tiene nada que ver con l´art pour l´art sino que es arte para la vida doméstica, para su consumo colectivo, para crear unidad social, para ilustrar y narrar una etapa histórica.
A lo largo de la historia gran diversidad de movimientos artísticos se han visto representados por importantes diseñadores. El Libro de Apuntes Pedagógico de Paul Klee, y Punto y línea sobre el plano, de Wassily Kandinsky, publicados por la Bauhaus, sirvieron de introducción a la gramática de la escritura visual. Kandinsky utilizó el término “traslación”, aludiendo al acto de trazar correspondencias entre marcas gráficas lineales y una serie de experiencias no gráficas como el color, la música, la intuición o la percepción visual, referentes todos ellos para la creatividad del diseño actual. Así mismo artistas de peso como Giorgy Kepes o Laszlo Moholy-Nagy, utilizaron la psicología de la Gestalt para aportar una racionalidad científica al lenguaje de la visión, siendo ésta, desde entonces, una fuente teórica dominante en la enseñanza básica del diseño. Por su parte la filosofía de Gropius, basaba en integrar todas las artes con la tecnología moderna y unirlas con el fin de obtener un diseño disponible para todos los niveles socioeconómicos, puede ser una buena manera de entender las ideas que nos llegan a diario en diferentes áreas urbanas del planeta.
Teniendo como referente estos autores creo que no cabe duda que el diseño de nuestros días no solamente merece un espacio destacado en la crítica artística y en la nueva museología sino que también es un área de innovación permanente, de investigación que conjuga, en muchas ocasiones de manera magistral, la imagen con el verbo, la fantasía con la realidad.
La ciudad inteligente
Las formas del diseño se comunican con nosotros desde la abstracción a la figuración, desde el minimalismo a lo conceptual… para, desde cualquier registro, componer modelos de convivencia en los espacios donde se instalan, se consumen o difunden a diario. Estos diseños podríamos decir que tienen la capacidad de moldear a los ciudadanos ya que sabemos que las personas modulan su comportamiento a partir de fuerzas externas que les sirven de referente. La inteligencia que rodea a una pieza diseñada con intención de hacerse un hueco en el mercado aporta reflexiones, genera nuevas conductas e ideas en los receptores.
Por ello, una ciudad inteligente -smart city-, además de buscar la sostenibilidad medioambiental, eficiencia en la gestión pública y nuevos planteamientos en urbanismo en favor del bienestar ciudadano, debe de procurar rodearse de elementos culturales que ayuden al ciudadano a tener puntos de vista polisensoriales. Y el diseño, sin duda, es uno de esos dispositivos que fortalece la dimensión docta de una ciudad. Porque, visto en su dimensión artística, se aplica como fuente de calidad de vida y como generador crítico de la actividad social. Los nuevos artistas, y los que tienen una trayectoria y un bagaje excepcional, dan muestras evidentes de ello aportando un valor añadido a sus propuestas estéticas, dotándolas de una cultura de proyecto global, ya que la cultura es el elemento clave para la configuración de las ciudades ya desde la Atenas de Pericles.
Nuestras ciudades pueden ser punta de lanza del pensamiento y del talento contemporáneo más innovador y creativo si se apoya en el arte y la innovación.
Las nuevas investigaciones urbanas que ofrecen los diseñadores del siglo XXI, ligadas en muchas ocasiones a las nuevas tecnologías, desvelan nuevos procedimientos plásticos y textuales que rompen las barreras de la creatividad convencional. Por ello, estos productores o diseñadores de emociones urbanas, ideólogos de lo doméstico convertido en arte, ingenieros de ideas, merecen un reconocimiento más allá de su carácter utilitario mercantil o técnico. Las ciudades que admiten esta realidad, dan crédito y potencian el diseño desde todas sus perspectivas, son punta de lanza del pensamiento y del talento contemporáneo a la vez que influyen en el nacimiento de un ciudadano emergente con actitud y conocimiento crítico.